Mateo 11:8,11
8 “Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido con ropas finas? ¡Mirad, los que llevan ropas finas están en los palacios de los reyes!
9 ¿Entonces qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
10 Este es de quien está escrito: ‘He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.’
11 De cierto os digo: entre los nacidos de mujer, no ha surgido nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.”
¿Quién de nosotros no querría ser honrado de esta manera? Desde una perspectiva humana, entre los nacidos de mujer, nadie era mayor que Juan el Bautista. ¿Qué mérito tenía
este hombre para merecer un elogio tan importante?
En los días de Juan el Bautista, el sistema religioso judío estaba en su mejor forma, según el entendimiento y la óptica humana. El Sanedrín, compuesto por el sumo sacerdote y personas de diversas ramas del judaísmo, tenía el control, ya que contaba con el apoyo de la mayoría popular, mantenía una aparente paz con Roma y, además, administraba la mayor atracción turística/religiosa de la época: el impresionante Templo de Herodes. Sin duda, se creía que la voz de Dios estaba limitada a ese lugar.
En este contexto, aparece Juan el Bautista en el desierto, un hombre de aspecto poco atractivo: barbudo y con cabello largo, con la piel quemada por el sol del desierto, vestido con piel de camello, ceñido con un cinturón que cubría sus lomos, comiendo langostas y miel silvestre, y hablando a la gente con un discurso muy duro. Hoy en día, diríamos que es alguien que “no tiene pelos en la lengua”.
Cuando Juan da testimonio de sí mismo, se identifica como “la
voz de uno que clama en el desierto”. Pero, ¡espera un momento! ¡Aquí hay un conflicto! ¿El lugar donde se podía escuchar la voz de Dios era en el Templo o en el desierto? Originalmente, ¿dónde debería estar Juan el Bautista, en el Templo o en el desierto? Este hombre extraño era hijo de Zacarías, un sacerdote que servía en el Templo. Juan pertenecía a una línea sacerdotal y, legalmente, le correspondería ocupar ese puesto. Sin embargo, renunció a todo eso para ser el canal de la voz que se había silenciado en el Templo y que ahora resonaba en el desierto.
Como dijo Jesús, las personas vestidas con ropas finas no se encuentran en el desierto. Ese tipo de personas está bajo los reflectores, en la fama, entre aplausos. ¿Qué valor tiene un templo suntuoso, admirado por todos, lleno de gente, pero vacío de la voz de Dios?
Por eso, y por mucho más, el elogio que Jesús hizo encajaba perfectamente con el perfil de Juan. La voz de Dios no está aquí, ni allí, ni allá. Resuena en los lugares menos imaginados. La voz de Dios encuentra su sentido donde hay personas con las
marcas de la renuncia, entregadas al arrepentimiento y dispuestas a vivir en santidad.
Que Dios te bendiga.
Pr. José Dalmo Norberto.